Y el árbol de hojas blancas, bañadas de tinta azul, con la cabeza dolida y los glúteos apretados. El señor que corría por las calles viendo llorar a su hija pequeña, fantaseando sobre un sismo de tierra reseca. El güey de la esquina con audífonos futuristas. La dama en la piscina con ramas secas. La basura que surca al perro que solloza. Un vago que tropieza con la luna. El caballo montado en el cerdo. La casa a lo lejos de un señor desnudo, con las piernas flacas y el busto moribundo. Un tenis sin agujeta. La madre embarazada y el rostro contagiado. El niño pataleando sobre el charco desolado. Seis, siete, ocho, nueve, las calles mortíferas del sol incandescente. El marino que saluda con los pies hinchados. Una llave en la mano y un turista sentado. Diez. El periódico que amenaza al poste. Un suspiro blanco. Lluvia de tierra. Sones políticos. Jarabe para la tos. Tres, cuatro. La pata del águila enroscada sobre el cuello del hombre. Una paloma con rojo entre las piernas. Un tipo que grita con la mano en el pene. Dos. Y la mano con la espada, cautivada por ella.
Nunca se sabe cuando el terrorismo termine. Mientras tanto, sigamos siendo cómplices de un libro sin fin. Uno.
Nunca se sabe cuando el terrorismo termine. Mientras tanto, sigamos siendo cómplices de un libro sin fin. Uno.
Órale: buen texto surrealista , ¿no?
ResponderEliminarNo tengo tu mail!!!
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